La benefactora migueleña |
Luego de su matrimonio con un empresario migueleño, Lilian Hasbún de Batarsé llegó a “La Perla” hace más de 40 años. Desde entonces tomó en sus manos el estandarte del servicio a los necesitado
De todos los innumerables reconocimientos, diplomas y menciones honoríficas que adornan el hogar de Lilian de Batarsé, hay uno que tiene un significado especial. “Es la medallita que me regaló Madre Carmen Orquiz, cuando cumplió sus cincuenta años de vida religiosa. Ella fue como mi segunda madre y la que me inculcó el amor al prójimo y a María Santísima”, cuenta Lilian de Batarsé, con una enorme sonrisa y un brillo especial en sus ojos.
El valioso recuerdo está guardado en un mueble especial que recopila la mayoría de galardones que esta dinámica mujer ha obtenido, a lo largo de su fructífero paso por el mundo del servicio altruista en las cálidas tierras migueleñas, que la acogieron hace más de 40 años.
La filosofía de Lilian de Batarsé, mujer de raíces palestinas y corazón migueleño, ha sido siempre la de “compartir y dar a manos llenas”. Eso lo aprendió en su estadía por las aulas del Colegio Guadalupano, en la capital, y lo abonó con el ejemplo familiar y el trabajo social que ha desarrollado junto a Víctor Batarsé, su esposo y compañero.
Su vida
Lilian nació y se educó en San Salvador, en el seno de una familia de sólidas creencias religiosas. Su infancia transcurrió entre las añejas aulas y los apacibles corredores del Colegio Guadalupano. Aquí, a la edad de 14 años, recibió la primera correspondencia del migueleño Víctor Batarsé.
“Un día me dieron una carta que me dijeron que era de mi abuelito, pero hasta que terminé de leerla me di cuenta que la firmaba un joven que había conocido cuando fui de vacaciones a Sonsonate”, recuerda la mujer, que más tarde se graduaría de secretaria y viajaría a estudiar dos años a los Estados Unidos. A su regreso al país, comenzó el noviazgo formal con el hombre que ha compartido su vida desde 1959.
Desde que llegó a la “Perla de Oriente”, Lilian se incorporó a las obras benéficas en las que participaba su marido y, sobre todo, fundando una sólida familia de cinco hijos, que hoy por hoy son su máximo orgullo.
“Mi verdadera labor comenzó al final de la década de los ochenta, cuando en la sala de su casa un grupo de ex alumnas guadalupanas gestó la idea de unirse para construir un santuario dedicado a la Virgen de Guadalupe”, expresa Lilian. “El 8 de noviembre de 1989, nos reunimos un total de 14 personas para organizar la Cofradía de las Damas Guadalupanas, la Iglesia nos reconoció legalmente en 1990.
Desde ese momento hemos realizado diversas actividades, como rifas, cenas de gala o presentaciones de grupos religiosos y predicadores católicos, para recaudar fondos y erigir el santuario a nuestra Madre Celestial”.
Luego de construir el santuario guadalupano, las Damas de la Cofradía decidieron edificar un consultorio familiar que, a la fecha, ha atendido a más de 11 mil 200 pacientes, en consulta general y odontológica.
“También nos reunimos una vez al mes para repartir alimentos a las familias necesitadas que viven en las cercanías de la comunidad El Tianguis, y en Navidad les llevamos juguetes... no hay nada que me llene más en la vida que ver la sonrisa de agradecimiento de los niños”, concluye esta “migueleña” de noble corazón.